ARQUEOLOGÍA EN EL METRO DE LA CIUDAD DE MÉXICO

viernes, 30 de julio de 2010

INTERCAMBIO DE BANDERAS MÉXICO ESPAÑA O REMOVER LA HISTORIA

En mayo y junio pasados se dio un hecho histórico entre el gobierno mexicano y el español al devolverse mutuamente cuatro banderas que presidieron actos de guerra en el inicio de la Independencia mexicana y la última batalla que ordenó el monarca de Fernando VII para recuperar la Nueva España, que insistía en desconocer la emancipación de una de sus colonias más ricas en América. Es tan fácil el rememorarlo en cuanto al gran costo de los ríos de sangre que corrieron durante todos esos años, que ahora nos vanagloriamos cómodamente sin recapacitar, o siquiera saber, de que la patria o nación que tenemos costó la vida no sólo la de los que, en su mayoría, encabezaron ese movimiento armado, sino también de los miles de indígenas que murieron sin saber a bien a qué causa obedecían.


Aunque de cada par de banderas que se intercambiaron, en cada país una se queda definitivamente y la otra estará en comodato por 5 años prorrogables. Vale la pena usar la lupa del tiempo para entender cómo se puede remover la historia. Pero... ¿para qué?


Las fechas, los aniversarios y el fervor patrio que se da por periodos fehacientes parecen transcender los mismos actos festivos. El reflexionarlos, nos lleva a otro punto de vista más congruente para observar en esas banderas la iconografía que las compone y lo que representan. A ello hay que agregar la denotación, y connotación, del lenguaje oficialista en su recepción.


Debemos recordar que hace 100 años, en los festejos del Centenario de la Independencia bajo el régimen porfirista, el Rey Alfonso XIII en un acto de “simpatía y cariño” ordenó que se regresaran a México un óleo de José Ma. Morelos pintado en 1813, un uniforme de gala del mismo general con botonadura de oro macizo, su espada con empuñadura de plata usada en el sitio de Cuautla en 1812, un bastón y un sombrero; Además, se regresaron el estandarte del “Doliente Hidalgo”, la bandera del Batallón de San Blas y un gonfalón del Cuerpo de Caballería de Valladolid Morelia que se usó el 5 de mayo de 1862. Excepto este último, todos se conservaban como trofeos de guerra en España.


De las banderas que recibe México, “La Bandera Gemela”, se arrebató a los insurgentes en la primer gran derrota del 17 de enero de 1811 la batalla de Puente Calderón, a 37 Km. de Guadalajara, en la que Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende y Mariano Abasolo fueron vencidos a causa de la gran desorganización de las masas insurgentes que formaban los indígenas mal armados: enfrentaron a un ejército, bien capacitado y blindado, al mando del general brigadier realista Félix María Calleja, apenas a cuatro meses de iniciada la revolución independentista. En esa batalla se arrebataron a los huestes de Allende cinco banderas y dos estandartes. De las dos a las que hacemos referencia, José Terán y José Ordaz con otros oficiales del Regimiento de Dragones que comandaba Calleja, cercaron a dos soldados que llevaban las banderas para quitárselas: a uno lo apresaron y al otro lo mataron para obtenerlas –es una costumbre militar para hacer patente el triunfo de la masacre sobre el otro-.


Es muy interesante la iconografía de esas banderas. Hechas en tafetán celeste, miden un metro veinticuatro centímetros por uno treinta y siete. Una de ellas tiene la imagen de la Virgen de Guadalupe, que se usó frecuentemente para continuar y validar la que utilizó Miguel Hidalgo al inicio de la Independencia. La otra tiene un escudo al centro en forma ovoidal: en su interior, con un lago de fondo, se ve el águila mexicana con la serpiente en el pico, parada sobre un nopal. Bajo el escudo se ven tubos de cañón, balas, un tambor, de origen español, un carcaj y un arco indígenas. Se ven también lanzas y albardas a los lados. El escudó está superado o timbrado con el arcángel San Miguel; en la mano derecha sostiene una cruz y en la otra una balanza. A los lados de él se aprecian dos estandartes con la cruz de Borgoña o de San Andrés, una roja y la otra blanca. Las dos banderas se encuentran muy deterioradas y las que se han presentado son recreaciones para efectos ceremoniales.


Hay que observar que las armas españolas e indígenas están ahí en una conjunción diferente y mezcladas para una guerra de conveniencia, pues antes fueron dos tipos de armamento con que se enfrentaron dos ejércitos desiguales: Tres siglos antes, el devastador armamento español, de acero, hizo añicos la lógica indefensión de los indígenas con simples flechas, lanzas y macanas. La soberbia de ese poder bélico lo sintetizaría Manuel Tolsá en la escultura de “El Caballito”, dedicada al rey Carlos IV en la que el caballo pisa, con la pezuña izquierda trasera, un carcaj que se antoja disminuido y despreciable. Mientras y antes de esa escultura, se había hecho otra de madera en la que, se asegura, además del carcaj, también yacía el águila mexica bajo las patas del imponente corcel. Debido a la “benignidad” de la Constitución de Cádiz hacia lo indígena, se consideró prudente eliminar el águila mexica aplastada.


Las Banderas Gemelas las mandó hacer, aseguran, Ignacio Allende y no sorprende el hecho de que aparezcan la Virgen de Guadalupe y el arcángel San Miguel, pues predominaba el celo religioso. Recordemos que al inicio de la insurgencia el grito de guerra eran vivas a la virgen y al rey Fernando VII, que por esas fechas había dimitido a la monarquía y estaba cómodamente como prisionero de Napoleón Bonaparte en un palacete en la mismísima Francia. Es increíble, y se ha reflexionado poco, que la ambición de Bonaparte haya influido en los movimientos independentistas de las colonias españolas, pues se presentía y sentía un gran temor de que el imperio francés, al adueñarse también de los territorios coloniales hispanos, abrogara también la religión católica. A todo ello se agregó, de manera definitiva, las intrigas palaciegas entre Carlos IV y su hijo Fernando VII al abdicar de forma tan poco digna ante el imperio de Bonaparte y ello causó una especie de unidad política de españoles y criollos en las colonias de América. En la Nueva España, los españoles monarquistas se enfrentaron a los suyos independentistas: ese jaloneo causó, más que nada, una guerra civil que se prolongó más de lo debido.


Lo que sí causa sorpresa en La Bandera de San Miguel, es que por primera vez en esta etapa histórica se represente el águila sobre un nopal, devorando una serpiente, aún antes del escudo que José María Morelos usó después. Aunque ese símbolo persistió en toda la época colonial, el Virrey Juan de Palafox y Mendoza prohibió su representación en el año 1642 y ordenó la demolición de cualquier indicio que tuviese esos símbolos indígenas. Con aquel adagio de que se “acata pero no se cumple”, la herencia de la simbología prehispánica volvió a renacer en la época independentista. La memoria histórica, a pesar de todo, siempre se ha hecho presente. Esta bandera, que es la más importante, desafortunadamente está prestada por cinco años, que pueden ser refrendables.



Para ubicarnos en las banderas que se devolvieron a España, debemos recordar que el regreso de Fernando VII a la monarquía en 1814, a instancias del mismo Napoleón, instaló el absolutismo y desconoció cualquier intento de la Independencia de la Nueva España, incluyendo el Tratado de Córdoba firmado el 24 de agosto de 1821, firmado por Agustín de Iturbide y el último Capitán General y Jefe Superior Político del reino español, Juan O’Donojú, quien además se sumó a la Junta Provisional de Gobierno. La independencia, “provisional”, quedó instaurada el 27 de septiembre de ese año, y daba fin al régimen colonial. Aunque el nuevo gobierno sería un imperio monárquico constitucional moderado, en el que se llamaba a reinar a Fernando VII a su nueva Corte en México u otro de la “casa real” que se designara. Sí, así era de abyecta la “independencia” que esperaba el arribo del rey español para gobernar su “imperio constitucional moderado”. Sin la respuesta esperada de España, simplemente Agustín de Iturbide se auto nombró emperador de México, error al que siguió otro baño de sangre, pues la dependencia de la supuesta independencia en el Tratado de Córdoba era contradictoria en sí misma. Once años de guerra eran ya irreversibles por los insurgentes que sí luchaban por una independencia total y autónoma de España, y la Nueva España sólo existía en la intención monárquica española de recuperar su poder colonial. Con ese propósito y en ese tiempo, solamente quedaba un reducto del Real Ejército de Vanguardia Español en la isla de San Juan de Ulúa, que constantemente bombardeaba el Puerto de Veracruz.


El último intento de recuperar la Colonia, da un salto al 11 de septiembre de 1829, en el que el brigadier Isidro Barradas al mando de las fuerzas armadas españolas en San Juan de Ulúa, con pertrechos recibidos de Cuba, intentó reconquistar la Nueva España. Llegó y atacó por el Fortín de la Barra en Tampico. El entonces Presidente Vicente Guerrero, envió al Ejército de Operaciones Mexicano, al mando Antonio López de Santa Anna y Manuel Mier y Terán. Barradas con cuatro mil hombres (y la sombra de Hernán Cortés), fue derrotado y España perdió la última oportunidad de recuperar la Nueva España. De batalla final son los trofeos de guerra, y son las banderas, que ahora se regresan a la península ibérica. Se conservaban el Museo Nacional de historia del Castillo de Chapultepec. Una llamada “El Rey a la Fidelidad”, con la Cruz de Borgoña o San Andrés, también en comodato por cinco años. La otra es la de la “Legión Real”, con el escudo de armas de la monarquía española y es la que se queda definitivamente en España.


La protagonista real de la recuperación las banderas del México independiente, es la historiadora mexicana Marta Terán, investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, tras una indagación que data desde 1998. La información mediática del intercambio de banderas casi no la mencionan. Las localizó en el Museo del Ejército Español y desde entonces propuso su devolución a México por su importancia y simbolismo. Siguió un trabajo acumulado de los investigadores Luis Castillo Ledón, Ernesto Lemoine y Guadalupe Jiménez Codinach, además de la asesoría del ilustre Dr. Enrique Florescano. Ha de estar orgullosa de haberlo logrado.


Después de la llegada de las banderas de España, hay que comentar lo que puede pasar desapercibido: El 21 de junio de este 2010, se realizó en el Campo Militar Marte, una ceremonia de recepción de las Banderas Históricas con todo el fasto marcial aunado al fervor del Bicentenario. Inquieta parte de lo dicho por el Jefe del Ejecutivo: En estas banderas se manifiestan inequívocamente los símbolos de la identidad mexicana, porque por una parte muestra el águila parada sobre un nopal devorando una serpiente, que es el símbolo mexica que dio lugar a la fundación de la gran Tenochtitlan, y emblema de nuestra profunda raíz indígena que a partir de la guerra de Independencia se convirtió en el escudo de nuestra nación. En el anverso, se observa a la Virgen de Guadalupe, imagen que, también para todos los mexicanos de entonces y los rebeldes insurgentes conjuntaba el poderoso símbolo nacional, y un apoyo divino en la lucha que se emprendía por la libertad.


Ojalá y ese apoyo divino de la Guadalupana, como concepto descriptivo de fervor católico en una República laica no insista como una nueva catequesis de educación patria. Y quién sabe qué intención guarde el hecho de que haya un “doblete” del Ejecutivo Federal en el “grito de independencia”: uno el próximo 15 de septiembre en el Zócalo y el segundo el día 16 en Dolores Hidalgo. En una mala suposición, no sería conveniente ver estas banderas ondeando el día 16, no para emular (o quizá sí), el “grito” de hace 200 años, en las que se usen con el propósito para vindicar (o reivindicar), el devocionismo de una ultraderecha radical añeja que invocaría ese apoyo divino para un Presidente que ahora sí necesita de milagros. Eso sí es remover la Historia.


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