ARQUEOLOGÍA EN EL METRO DE LA CIUDAD DE MÉXICO

viernes, 22 de marzo de 2013

MOCTEZUMA XOCOYOTZIN II. EL REFLEJO DE UNA SOMBRA

🔺Pintura de San Hipólito Conciliador
🔺 Una gran pintura el Gran Moctezuma.

El gran tlahtoani Moctezuma Xocoyotzin encabezó la última época del esplendor del imperio mexica. Un imperio en constante expansión militar con muchas poblaciones sometidas que le pagaban altos tributos. El ejército y la religión eran los grandes rectores de la vida en común. Toda su historia (y su promisorio futuro), serían cortados de tajo por la irrupción bélica venida de España. Nunca se imaginaron la invasión de un ejército de un continente tan lejano y desconocido, que los sometería a una monarquía destruyendo todo su tejido social, político, económico, religioso y cultural; claro, en la tónica insensata del genocidio.

Su escabrosa muerte causó un peso histórico qué trató de sobrellevarse durante los 300 años del virreinato. La naturaleza misma de la conquista no validó su asesinato pues la grandeza del imperio mexica descansaba en la figura y presencia de Moctezuma. Habría que recurrir a magnificarlo por medio de la pintura, aunque se cayera en el romanticismo, para tender un puente de continuidad que conciliara y justificara el acto de la ocupación militar como un acto benigno. Se debía  evidenciar (para el actuar español), que todo obedecía al derecho natural de la conquista por el imperio español tutelado  por y hacia la salvación divina de los indios, cristianizándolos por medio de las armas. El saqueo, la explotación de recursos y la esclavitud fueron consecuencias inevitables y paralelas  por el  servicio principal hacia  dios; así lo argumentaron siempre los protagonistas de la conquista y los frailes. De esa forma  la invasión se percibe como un acto de civilización y no de barbarie.  Hoy,  la ocupación y depredación de otro país se  justifica en nombre de la libertad y la democracia.

 Aunque el reconocimiento de la grandeza de Moctezuma  como tal se vio reducida por su tibia actuación y reacción ante los conquistadores, su misma muerte creó una serie de reflejos que, a la sombra de su memoria,  posteriormente se reconoció su investidura recreándola en pinturas e historias. Esta actitud se vio reflejada a través de esos años. El mismo Hernán Cortés describe con  mesura la personalidad de Moctezuma Xocoyotzin, pues convivieron seis meses antes de su  trágico y lógico fin.

Recordemos que el mes de noviembre de 1519 Hernán Cortés había entrado a la ciudad de Tenochtitlán con su ejército y miles de indígenas que se sumaron a la conquista de Tenochtitlán. Para mayo de 1520, Cortés había salido hacia Veracruz  para enfrentar a Pánfilo de Narváez que buscaba deponerlo del mando. Los venció y a muchos los convenció para apoyarlo en sus planes. Pedro de Alvarado se quedó a cargo de Tenochtitlán. En junio perpetró una matanza de indígenas en lo alto del Templo Mayor que realizaban un ceremonial común; habían pedido permiso para ello y los españoles armados lo presenciaban. Alvarado, paranoico, por miedo o precaución ordenó atacarlos y lo hicieron con una gran saña. El regreso de Hernán Cortés fue inmediato, pues los mexicas se enardecieron y se levantaron de inmediato en armas al mando de Cuitláhuac sitiando a los españoles.  Cortés, hábilmente, trató de apaciguar a la población usando la autoridad y presencia de  Moctezuma, pero éste ya se encontraba en calidad de preso y su pueblo ya no confiaba en él. Cuentan que recibió una pedrada en la cabeza al estar hablando ante  su gente en lo alto de uno de los templos. Tan fuerte sería el golpe, que le causó la muerte. Fray Bernardino de Sahagún recibió información por parte de los mexicas que su deceso se debió a las heridas de una espada, marcas que mostraban claramente en su cuerpo que fue arrojado a la calle. Además, también fue ejecutado el  indígena principal de Tlatelolco, Iztacuauhtzin. Nos dice que el cadáver de Moctezuma fue rescatado y entregado a Apanécatl, que  lo llevó a tres lugares donde fue rechazado (Huitzillan, Necatilán y Tecpanzinco). Posteriormente lo recibieron  en Acatliyacápan donde fue incinerado. El de Itzcuauhtli se llevó a Tlatelolco. Era necesario encubrir su artero asesinato con una pedrada propinada por los de su propia raza. Varios miembros de la familia de Moctezuma fueron llevados a España gozando (hasta la época actual), del rango de descendientes de aquel monarca con nuevos títulos nobiliarios y el que quedara vivo el antecedente del asesinato de su predecesor era poco conveniente.

En ese junio de 1520, los españoles sitiados trataron de huir a la sombra de la noche. Al ser descubiertos inició una brava  persecución por los mexicas; a los españoles se les dificultaba la fuga por el sobrepeso de los productos del saqueo que llevaban. Fue por la antigua calzada de Tlacopan que unía Tenochtitlán con tierra firme hacia el occidente  con ese barrio por donde los españoles escapaban. Precisamente en esa parte de la calzada donde hoy está la iglesia de san Hipólito fue donde más españoles perdieron la vida con su botín de oro y plata. Después de consumada la conquista se les recordaría como “mártires” y a ellos se dedicó esa ermita. Sensibleramente se le recuerda como “La Noche Triste”. Se inventó el cuento que Hernán Cortés lloró amargamente esa derrota baja un árbol que aún se encuentra más delante de lo que ahora es la calzada de Tacuba. Los mitos nacen cuando se carece de hechos fehacientes para sostener una creencia que justifique o demuestre lo injustificable o improbable.

Siempre es necesario entrar en detalles para hilar la historia que se ve acometida con tantos hechos, que como los mismos hechos, sufren cambios inesperados y fuera de lo que inicialmente se tiene planeado. Reflexionarlo y comentarlo nos lleva a un mejor entendimiento o comprensión, aunque se haga un poco de redundancia. La importancia de la figura de Moctezuma, bajo esas circunstancias,  preocupó a  la  autoridad colonial para validar la unión de un nuevo gobierno que se apoyó en los elementos de la misma estructura indígena para ejercer una administración sin mayores conflictos. Recordemos que después de la consumación de la conquista, Cuauhtémoc fungió, al igual que muchos indígenas principales,  como cacique  de Tlatelolco durante dos años pero ya bajo la sujeción monárquica de España.

Al estigma vivo que emana de la mansedumbre de Moctezuma sigue tan  enraizado que  nunca ha merecido algún monumento o escultura como el que tienen Cuauhtémoc o Cuitláhuac. No así en la época colonial , en la que casi siempre  se le evocó por su benignidad y se le representa de manera romántica con expresiones en  éxtasis de dulce sumisión y piadosa beatitud. Este es el motivo del comentario que aquí se desarrolla, pero ya como los reflejos de una sombra.

El atrio de la Iglesia de San Hipólito 


Los antecedentes que aún existen sobre este tema son varios. Uno de ellos está en el atrio de la iglesia de san Hipólito donde se aprecia un  mural en bajorrelieve realizado en piedra; bastante maltratado y diluido entre tanto comercio informal, casi pasa inadvertido. Esta iglesia es de las más antiguas de la ciudad de México y es una de las más visitadas durante todo el año, aunque los fieles acuden por la gran devoción a san Judas Tadeo. Fue en el siglo XVIII debido a la reconstrucción de esa iglesia cuando el arquitecto mexicano José Damián Ortiz de Castro le añadió esa obra al atrio. El tema es claro y obvio: representa y recuerda el triunfo de los conquistadores del 13 de agosto de 152. Aunque el lugar donde los españoles derrotaron definitivamente a los mexicas fue en Tlatelolco, la construcción de la ermita se construyó porque ahí los españoles sufrieron la corretiza que se comentó. Entonces y así, el que se escogiera ese lugar para recordar su triunfo final obedeció más que nada a u n acto por la recuperación de su prestigio por no decir de venganza.

El lenguaje visual del bajorrelieve, contiene además un mensaje textual claro y directo tanto para un pueblo vencido, tanto como la justificación del vencedor.

El lugar y la construcción de la Ermita de los Mártires fue a iniciativa de Juan Tirado en marzo de 1524, uno de los soldados de ese ejército. Los llamados “mártires” fueron los soldados que murieron esa noche. En su recuerdo se depositaron ahí los restos mortuorios de algunos de ellos. Bernal Díaz del Castillo, también soldado de Hernán Cortés y después un lúcido cronista, en su obra “Verdadera Historia de la Conquista de la Nueva España”, apunta sobre ese lugar:

“Una iglesia que nosotros hicimos luego de la destrucción de Tenochtitlan haciendo la donación en propiedad del solar que ocupara el cabildo, el 11 de agosto de 1524, debiendo advertir que en la primera acta del libro de cabildos con fecha 8 de marzo del mismo año, aparece citada la propiedad de Garrido, que poco después fue la ermita dedicada a San Hipólito, ya que la consumación de la conquista ocurrió el 13 de agosto”.

Existe una confusión histórica, por falta de datos, si fue Juan Tirado o Garrido (también con el nombre de Juan), quien propuso la construcción de esa memoriosa ermita. Quedaría como respuesta que  Tirado tuvo la idea original y se construyó en un solar que pertenecía a Garrido.

Se sale un poco de la lógica que los soldados españoles derrotados en “la noche triste” hayan tenido tiempo de recoger a sus muertos para depositar después sus restos mortuorios en esa ermita. En el mismo Bernal Díaz del Castillo encontramos la respuesta, pues relata que en el ataque final a la Gran Tenochtitlán contra los tlatelolcas, donde tenían “otros adoratorios y una torrecillas”, encontraron colgadas en lo alto de unas vigas muchas cabezas de españoles muertos en otras batallas, que después “enterramos en una iglesia que hicimos que se dice ahora de los mártires, cerca del puente que dicen el salto de Alvarado”. Añade que las cabezas “tenían los cabellos y las barbas muy crecidos, mucho mayor que cuando eran vivos, y no lo había yo creído, si no lo viera…” Este dato sorprende; primero porque él reconoce en esos restos a algunos de sus compañeros de armas (pues conservan la piel facial). Segundo, porque las cabezas de alguna manera se sometieron a un proceso de conservación para no pudrirse. Y tercero, que impresiona más, que la cabellera, barba y bigote, estuviesen más crecidos. Al margen de este comentario,  lo más probable es que esas cabezas  fuesen de los muertos en el  enfrentamiento de la “noche triste”,  pues antes no hubo otro encuentro entre mexicas y españoles. (Cabe mencionar que por  la construcción de la Línea 2 del Metro, en 1974, se hicieron trabajos de nivelación en esa iglesia y se encontraron los restos de estos españoles en la capilla del Sagrado Corazón de Jesús).

El efecto de la importancia de la ermita causó, por esas circunstancias, que cada 13 de agosto se celebrara una fiesta cívica obligatoria por mandato oficial en 1529 a la que se añadía el Paseo del Pendón.]Para 1559 se inició la construcción del templo, pues la ermita era de adobe. Más adelante, en 1585, se reconfirmó esa conmemoración como día de guarda  obligatoria por el Tercer Concilio Mexicano. Con diversas modificaciones se reconstruyó formalmente hasta 1740, con un solo campanario, obra que concluyó  en 1777.  En1822, por efecto de la Independencia de México, bajo el imperio de Iturbide que se suprimió la festividad del Paseo  del Pendón porque resultaba ofensiva y ya inoperante, pero la misa que se le dedicaba a San Hipólito ese día se siguió celebrando porque ese santo estaba declarado como patrono de la ciudad.

La legitimidad del proceder y pensamiento español respecto a esa obra  tiene su razón de ser  en el tiempo en que el actual México era una colonia. No es una pretensión que todos esos monumentos y manifestaciones coloniales desaparezcan, pero sí el saber verlos y entenderlos en su contexto original.

Si bien la intención del arquitecto que construyó el atrio de esa iglesia fue clara y obedecía a una ideología con un mensaje directo de dominio y sometimiento, con el tiempo surgió una leyenda que le dio una “lectura” diferente a la obra de esa esquina. El acomodar ideas y discursos  (en este caso por medio de cuentos o leyendas) para justificar actos que tienen otro sentido, son la salvedad de que la retórica puede permear y ocultar el sentido original de una acción.

Así fue  cómo surgió una leyenda respecto a lo que el común de la gente veía o “traducía” de los elementos que componen el esculto-mural del atrio que mencionamos y que se conoció como “La Leyenda del Labrador:

“Cuenta la leyenda que mientras un pobre labrador trabajaba en su milpa de Coatepec descendió sobre él un águila para llevárselo hasta la entrada de una cueva donde una voz le convidó a pasar; ya en el interior se percató que su gran emperador Moctezuma dormía sobre un blando lecho de pieles y mantas. De nuevo oyó la voz que le decía: "…mira a ese miserable de Moctezuma cual está sin sentido, embriagado con su soberbia e hinchazón que a todo el mundo no tiene en nada; y si quieres ver cuán fuera de sí le tiene esa soberbia, dale con ese humazo ardiendo en el muslo y verás cómo no siente".

“Temeroso, el aborigen se resistía a ejecutar tal afrenta, más la voz insistió y de pronto se vio arrimándole el fuego al emperador hasta que la carne chirrió y humeó sin que el gran tlatoani se moviera siquiera. Por tercera ocasión la voz le instruyó a que regresara al sitio de donde había sido traído y se presentara ante Moctezuma para que le contara lo que había presenciado y como prueba de tal visión le dijera que le mostrara el muslo y le señalara donde él le había herido. En el acto el emperador mandó a prisión al desgraciado mensajero y pasado un tiempo su cadáver fue echado a las bestias del campo para que lo devoraran”.

En otras versiones se hace énfasis al labrador en que se le dice  “… vuelve al lugar del que fuiste traído y dile a Moctezuma lo que has visto y lo que te mandé hacer; (…) dile que tiene enojado al Dios de lo creado y que él mismo se ha buscado el mal que sobre él ha de venir (la Conquista) y que ya se le acaba su mando y su soberbia…”

En estos últimos tres renglones se argumentó, por sugestión del catolicismo, que el castigo de Moctezuma (y para todos sus súbditos), se debía a la negación del emperador mexica al no reconocer al verdadero  dios y los males que sobrevendrían por su actitud. Es un relato que justificó la razón de  la conquista por  voluntad  divina.

El cronista Artemio del Valle-Arizpe describe así  el esculto-mural labrado del templo de San Hipólito: “Está en relieve una gran águila que levanta cogido entre sus garras a un indio con su cenal de plumas y airosa garzota, y debajo un trofeo formado por arcos, flechas, hondas, macanas, carcaxes, mazas tamboriles, teponaxtles, flámulas (banderines) mexicanas, y otras armas de los antiguos aborígenes, y en la parte superior se ve un leño encendido”. Pasa por alto que el indio lleva una corona y que por ello no es una persona común.

Debemos notar que en la esquina del atrio, en la parte superior, están los restos de lo que fue una pequeña escultura, seguramente de San José cargando al niño Jesús. Está  totalmente desmoronada por la polución ambiental. Descansa sobre un gran  óvalo que contiene un texto  que aún puede leerse:

“FUE TANTA LA MORTANDAD QUE EN ESTE LUGAR HICIERON LOS AZTECAS A LOS ESPAÑOLES LA NOCHE DEL DIA 1° DE JULIO DE  1520 LLAMADA POR ESTO “LA NOCHE  TRISTE” QUE DESPUES DE HABER ENTRADO TRIUNFANTES A ESTA CIUDAD LOS CONQUISTADORES AL AÑO SIGUIENTE RESOLVIERON EDIFICAR AQUÍ UNA ERMITA QUE LLAMARON DE LOS MARTIRES Y LA DEDICARON A S. HIPÓLITO POR HABER OCURIRIDO LA TOMA DE LA CIUDAD  EL DIA 13 DE AGOSTO EN QUE SE CELEBRA ESTE SANTO.

AQUELLA CAPILLA QUEDÓ A CARGO DEL AYUNTAMIENTO DE MÉXICO QUIEN ACORDÓ HACER EN LUGAR DE ELLA UNA IGLESIA MEJOR QUE ES LA QUE HOY EXISTE Y FUÉ COMENZADA EN 1599”.

Sin especulaciones y objetivamente en el esculto-mural se ve a  un indígena con una corona (un copilli mexica); lo viste un pectoral de algodón, un faldellín de plumas y sus pies carecen de sandalias. La corona indica, sin lugar a dudas, que es el monarca mexica Moctezuma. Una gran águila lo levanta por los aires sosteniéndolo con su enormes uñas clavadas en el tórax. La tensión muscular causada por ese sufrimiento se nota en sus extremidades que se contraen; expresa una gran mueca de dolor en sus facciones. Entonces, no es un indígena labrador que levantó el águila para ser llevado a la cueva donde supuestamente estaba dormido el  monarca, pues el indígena común jamás portaba una corona ni ese tipo de vestimenta. A los lados y abajo del águila y el personaje, se ven las armas y los elementos que nos describe  Artemio del Valle-Arizpe. El águila, puede sostenerse como criterio, es la de san Juan a que era adepta la cristianísima reina Isabel la Católica y que se usó después y por varios siglos en el escudo imperial, incluso hasta la época de Francisco Franco precisamente por la característica del acendrado devocionismo ibérico. Las armas que están a los lados del motivo principal se ve que cuelgan de una argolla, lo que puede denotar el término de la guerra o las armas en reposo. Se menciona un leño encendido bajo los pies del monarca, también indicativo del triunfo bélico de la antigua ciudad en cenizas y no para quemarle un muslo al indolente Moctezuma. El óvalo superior que contiene el texto está rodeado por diez pencas de nopal; al igual que el escudo de la Nueva España otorgado por Carlos V, significan también a Tenochtitlán hecho pedazos, destruido. El óvalo descansa sobre un conjunto de banderines con bastones de mando, pero también y en todo el conjunto están otras coronas mexicas. Sin duda, aluden a los últimos tres monarcas mexicas: Moctezuma, Cuitláhuac y Cuauhtémoc, tal y como están en uno de los cuarteles del escudo de armas de Hernán Cortés. Es el mensaje claro a que alude la composición de los elementos del conjunto. Al verlo el español, seguro sentía orgullo; el indígena, humillación.

Queda a juicio del lector la observación y conclusiones propias. Lo que aquí se expone tiene sustento en una reflexión objetiva. El “cartucho ideológico”, como alguien mencionó sobre el tema que se desarrolló en el atrio de esta iglesia, tuvo validez en la época de su creación. No es una exageración expresar que sea un símbolo de poder en la ciudad de México, de un poder que ya no es.


Iglesia de San Hipólito y Atrio dañado y copado.

Foto a Iglesia y Atrio de San Hipólito siglo XIX.

Tríptico Atrio 1.

Tríptico Atrio 2.

Tríptico Atrio 3.

Año 2003 escultura superior más conservada.

Restos de la escultura superior del atrio.

Texto en el óvalo.

Corona 1.

Corona 3 y armas colgadas de una argolla.

El Monarca

El Monarca atormentado

El  rostro de dolor

Armas colgadas de argolla y un posible caduceo

San Hipólito años 50

Muerte Moctezuma del Códice Florentino


El biombo de la conquista de México, detalles.


La referencia del  título de lo que aquí se relata, el alarde de la conquista y sobre la figura de Moctezuma Xocoyotzin, la encontramos en otras tres narraciones visuales. Se pueden observar en algunos detalles de un biombo de estrado con diez hojas que se encuentra en el Museo Franz Mayer. Titulado La muy Noble  y Leal Ciudad de México - Conquista de México y Vista de la Ciudad de México, data de finales del siglo XVII.  En uno de los lados se ve todo el proceso de la conquista y los personajes principales: la entrada del ejército español, el encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortés, el enfrentamiento de Moctezuma con los mexicas descontentos y las batallas que tuvieron. Se nota el poderío de las armas del ejército español (caballos,  el  armamento de pólvora, espadas y lanzas metálicas, y las armaduras).

Ahí destacan dos detalles: Moctezuma  en un balcón, enfrenta a su pueblo indignado. Vestido con toda la dignidad de monarca lleva una corona de oro pero con el águila bicéfala española. Quizá por la conveniencia que exculpa, como se mencionó antes, aparece Cuauhtémoc con una onda a punto de romperle la cabeza al monarca. Se le identifica literalmente en la pintura.

En otra pequeña parte, para ilustrar la conclusión de la conquista  se ve a Pedro de Alvarado triunfante sobre el Templo Mayor. Enarbola la bandera del imperio español, varios soldados siguen atacando y se ven los cadáveres de algunos indígenas.  Bajo los pies de Alvarado está el águila mexica muerta, pero a la vez total y oprobiosamente desplumada; su cabeza aparece con rasgos deformados que la hacen parecer entre perro y demonio. Visualmente, como punto fuerte de la composición pictórica, se muestra el triunfo rotundo con una intención de mofa,  pintando el abatimiento y muerte del imperio mexica por un águila totalmente denigrada. Está documentado que el biombo perteneció a los descendientes de Moctezuma que radicaban en España y que llegó a nuestro país por la vía de compra. Quizá por amor propio, o la pena, se vieron obligados  a venderlo. Existen por lo menos tres biombos más con el mismo tema: en el Museo del Castillo de Chapultepec, en la Colección de Banamex y en el Museo del Virreinato.


Moctezuma en el biombo del Mayer.

Cuauhtémoc lanzarocas.

Alvarado con la bandera imperial en el Templo Mayor Mexica.

Detalle águila desplumada.

Pintura de San Hipólito Conciliador


En una pintura anónima, también del siglo XVII del mismo museo, está  san Hipólito  montado sobre una gran águila sobre el nopal (Tenochtitlán), aunque el águila más bien parece una gallina gorda; no se pintó a  la serpiente. Aquí el águila sobre el nopal  hace una clara referencia al imperio  mexica. El santo lleva en la mano derecha una bandera imperial y en la otra una fina espada. A los lados están el emperador Moctezuma y  Pedro de Alvarado. La actitud de ambos, por la expresión de sus rostros, es de bondad, absoluta paz y éxtasis beatífico. Se identifican plenamente por una inscripción literal. Cada uno está acompañado de su gente.  A Moctezuma lo distingue sus prendas y corona adornadas de plumas, igual que como lo vemos en la escultura del atrio de la iglesia que comentamos. Un cacique indígena mandó a que se pintara esa obra para mostrar su fidelidad al reino español, como lo expresa la cartela en la parte inferior. Cuatro ángeles, uno en cada esquina,  portan de manera ilustrada pasajes de la vida de san Hipólito. En esta pintura existe más una idea de conciliación que de enfrentamiento o alarde de la conquista, con la intención sutil al estar el santo montado sobre el ícono mexica, aunque es extraño que aparezca Pedro de Alvarado y no Hernán Cortés. ¿Qué sentido tuvo mostrar a Moctezuma y a Alvarado en una actitud armoniosa, casi tomados  de la mano amorosamente? ¿Y a san Hipólito montado sobre el águila mexica? Ninguno. El cacique que la mandó pintar sólo muestra una redención cortesana y de sometimiento supino hacia un monarca al que le ofrece obediencia para la conservación de sus prebendas.


San Hipólito año 1764 Museo Franz Mayer.


Moctezuma en la pintura de San Hipólito


Pedro de Alvarado en la pintura de San Hipólito.


Una gran pintura del Gran Moctezuma.


Moctezuma idealizado en la época virreinal por su mansedumbre y maleabilidad, se usó en el imaginario como ejemplo de docilidad y conformidad  ante un destino ineludible. Tomamos como ejemplo otra pintura en gran formato de este personaje (185 x 100 cm.), que pertenece a una colección particular. También de autor anónimo, es del siglo XVII. Perdida la pertenencia del dueño original, se comenta vagamente que esta obra estaba en un recinto del antiguo Técpan (palacio de gobierno) de Tlatelolco que aún administraban caciques nobles indígenas.

Una mirada rápida a lo que muestra esa pintura, es a un Moctezuma de tamaño original. Producto de la imaginación, los pintores tratan de recrear sus facciones. Lo ciñe una gran corona en la que se nota el águila bicéfala imperial de los Habsburgo, un gran collar con medallones y piedras preciosas, el cinto, el macáhuitl  (arma mexica), un cetro y las sandalias son, pesadamente, de oro. También de ese metal,  la bordura superior de la capa y el faldellín. El monarca posa su mano izquierda en el pecho. Su cabeza está semi inclinada hacia la diestra. Desde luego se nota la actitud de sumisión mezclada con una infinita tristeza. En el cinto parecen apreciarse dos guerreros, uno mexica y el otro español, con una piedra preciosa al centro, piedra de una especie que no se usaba ni conocían aquí.

Un detalle especial le da la connotación más importante: en el piso y un poco más atrás de los pies del monarca, se ve una elaborada corona de oro. En la parte superior le sobresale un águila sobre el nopal que se alcanzan a distinguir, además de que  la adornan tres plumas de color blanco, rojo y verde. Nuevamente aparece este símbolo como distintivo del imperio mexica. No en vano el actual escudo nacional conservó, pese a todas la vicisitudes históricas, ese símbolo como distintivo nacional e histórico, que los mismos españoles reconocían, se insiste, como distintivo no sólo de Moctezuma, sino también de la ciudad de México-Tenochtitlán. Esta corona, en el piso, muestra claramente lo que ya no era, la inexistencia del imperio mexica. Por ello aparece el águila bicéfala en la corona que ciñe a Moctezuma, ya como un monarca que reconoce y forma parte del imperio español.

El autor de la pintura, y del que la mandó hacer, conocían y cuidaban de las formas en que Moctezuma debía aparecer, de acuerdo al dominio en que vivían: mostrar humildad pese a la gran riqueza del atavío de Moctezuma. La imagen en sí misma se sume en las sombras. Un análisis reciente de rayos x, muestra un trazo anterior y diferente al que ahora vemos: la cara de Moctezuma se muestra altiva e irreverente con la vista al frente y desafiante. Ello era un detalle intolerable para el celo  español de esa época, pues se mandó a hacer la corrección pertinente de la pintura y se obligó al autor y a sus dueños a modificarla: el monarca debía  mostrar subordinación y resignación ante quien entregó su reino.

El orgullo de pertenecer a la familia del monarca mexica en la época colonial debió ser la idea de realizar esa pintura aunque autocensurada en sí misa por los elementos que la componen. Esas características  hicieron que el gran oleo se perdiera en el tiempo y de la vista de todos. La exageración de su vestimenta, la corona que le ciñe y la que yace en el piso, degradan y muestran un  Moctezuma impotente. Otra vez, el alarde de la conquista. Aún con la denotación de la investidura, es  notorio el discurso del pintor: el tamaño natural del monarca, la composición, los colores, los elementos que visten y adornan con oro Moctezuma. Lo que debía ser resplandor por su figura e importancia se transforma en sombra por la profundidad de los negros que lo envuelven, la cabeza postrada, la corona imperial mexica en el piso aplasta su condición redimida al casi depositar también en el suelo el cetro que lleva en la mano derecha y llevar ceñida una corona con el águila bicéfala. Aunque se respeta su talla física y monárquica, la connotación de la obra muestra al personaje con el espíritu arrodillado. ¿Será que el espíritu se encuentra en el lugar donde posa su doliente mano izquierda? Pese al oro que le ciñe y viste, no deslumbra ni vislumbra el reflejo de su sombra en la historia.


Óleo de Moctezuma.

Detalle corona mexica.

Rayos X de la pintura.

Detalle rayos X.


Litografía posterior a la pintura de Moctezuma.

Carlo Ardán Montiel J.
Marzo 2013.

Lecturas recomendadas:
➧ Jaime Cuadriello,  Pinceles de la Historia, el origen del reino de la Nueva España, 1680-1750, Museo Nacional de Arte, INBA-CONACULTA-IIE-UNAM, Junio-Octubre, 1999, p. 59.
Bernal Díaz del Castillo, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España.
Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de la Cosas de la Nueva España.
Hernán Cortés, Cartas de Relación.

Nota: Jaime Cuadriello, hace una elegantísima descripción de la figura de Moctezuma que se encuentran bellamente ilustradas en el libro que se cita. Es insuperable. Los otros tres libros se encuentran en diferentes editoriales y precios y es recomendable su lectura; a interés del lector, puede leer selectivamente los pasajes que aquí se describen.

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